No a las guerras

No esperaba (creo que casi nadie) que finalmente las tropas rusas invadieran Ucrania. El presidente ruso acostumbra a comportarse como un matón, y sabido es que los matones amenazan e intentan sacar ventaja del miedo de sus amenazados, pero rara vez atacan cuando tienen mucho que perder, y Putin parecía un calculador de lo más frío. Con un país que tiene una economía no demasiado boyante y evidentes problemas internos (saldados, ésos sí, a lo bestia, porque los matones son implacables con quien pueden serlo), la lógica inducía a pensar que no se le iba a ocurrir desatar una guerra que podía suponer gravísimos perjuicios económicos y sociales para su país, por no hablar de los efectos más contundentes que arrojaría una no descartable extensión del conflicto.

Pero decidió atacar, y la única explicación que puedo imaginar para ello es que, como se suele decir, “se le ha ido la pinza”. Delirios de grandeza imperial (el sueño de Putin es la Rusia zarista, nada que ver con el comunismo soviético), prepotencia basada en la sensación de tenerlo todo fuertemente atado en su país y de contar con un Ejército enorme, megalomanía alimentada por años y años de permanencia en el poder hasta verse como el líder predestinado a recuperar el espíritu de la “Gran Rusia”… Todo ello habría contribuido a que este señor se crea un Aleksandr Nevski de la era nuclear. No es la primera vez que ocurre algo parecido. Y terminará cayendo, como todos.

Está claro que atacar países y masacrar a la población civil son acciones intolerables, por lo que la invasión rusa de Ucrania tiene mi repulsa más firme. Ahora bien, el Gobierno ucraniano me despierta tanta simpatía como el ruso: ninguna. Su evidente nacionalismo, el hecho de que en Ucrania a día de hoy haya formaciones políticas de la oposición que estén prohibidas, el que hayan integrado unidades paramilitares de orientación política nazi dentro de sus fuerzas armadas con su organización y emblemas, el hecho de que las tropas ucranianas también han cometido crímenes de guerra en el Donbás… nos dan pistas de que Ucrania está lejos de ser el paraíso de la democracia que nos quieren vender.

No me olvido de la comunidad internacional. Esa OTAN que, lejos de disolverse cuando acabó el conflicto del que nació, de hecho se ha expandido hacia el este pese a las promesas hechas en su momento y ha jugado sus bazas en la timba de la geopolítica sin preocuparse de las consecuencias. Esos políticos y empresarios que se han reunido, han negociado, pactado y posado para fotos con ése del que ahora abominan y que no hubiera llegado a ser quien es (o quien piensa que es) sin su acción o su omisión. A mí Putin siempre me pareció un tipo peligroso, y no me puedo creer que no se dieran cuenta de hasta qué punto lo era.

Pero las guerras no son competiciones deportivas: no hay que elegir bando entre los contendientes. Y es importante recordar también que un Gobierno no es un pueblo (aunque políticos y medios intenten asociar una cosa a otra, por conveniencia y/o por comodidad). Es decir, que el Gobierno ruso no es lo mismo que el pueblo ruso: una parte importante de éste no está de acuerdo con las políticas de aquél, y además sufre sus consecuencias. Y el Gobierno ucraniano no es el pueblo ucraniano, de hecho éste es la auténtica víctima del conflicto. Por ello, ambos pueblos cuentan con toda mi solidaridad. Porque, en mi conciencia, estoy convencido de que en las guerras, por encima de todo, hay que estar del “bando” de las víctimas, de quienes sufren en sus carnes el juego de políticos y estrategas, de quienes no ganan nada y a menudo lo pierden todo.

Y a las víctimas sí que hay que ayudarlas en todo lo posible, empezando por acoger a todos los refugiados y ofrecerles lo que necesiten para salir adelante. Con los ucranianos parece que se está haciendo, y también habría que hacerlo con todos los demás. Desgraciadamente, en el mundo siempre hay conflictos abiertos y catástrofes de todo tipo que obligan a la gente a escapar. Todos huyen de una tragedia dejándolo todo atrás, así que todos necesitan ayuda por igual, pero no siempre la obtienen. Eso debe cambiar.

En cuanto a soluciones, obviamente yo no las tengo, pero no creo que lo sea armar a la población ucraniana para que muera por su patria (de hecho, la vida me parece tan valiosa que la sola idea de ello me horroriza). Mas la labor de los periodistas no es dar soluciones, sino hacer preguntas, aportar datos, plantear dudas y mover a la reflexión. Espero que estos párrafos lo consigan, aunque sea un poquito, pues de la reflexión surgen las ideas.


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