Lo que dejó la nevada
ROBERTO BLANCO TOMÁS, 9 de febrero de 2021
Los servicios meteorológicos habían advertido de lo que se nos avecinaba con la borrasca Filomena, pero cuando el viernes 8 de enero comenzó a cuajar la nieve aún no nos lo podíamos creer. Con tanto edificio, tanto tráfico y tanta “isla de calor”, no es habitual que la nieve cuaje en esta ciudad, y cuando lo hace tampoco suele dar para grandes guerras de bolas. Por eso ver la incipiente mancha blanca a la mayoría nos hizo sonreír, pero seguimos caminando hacia nuestros quehaceres y tampoco le dimos una gran importancia. “No puede durar”, pensábamos muchos.
Así que cuando nos levantamos el sábado y abrimos la ventana, no podíamos dar crédito a lo que veíamos: ¡parecíamos moscovitas! Y quien más y quien menos bajó a la calle para ver el barrio de aquella guisa, tocar la nieve con las manos y hacer alguna locura, pues tal efecto tiene el mentado fenómeno meteorológico: nos vuelve a todos como niños en el recreo. El hecho de que no pudieran circular vehículos de ruedas lo hacía todo más irreal (y más bonito, por qué no decirlo). Muchos sacaron trineos, esquíes y demás artilugios de “ir a la nieve”, porque esta vez la nieve había devuelto la visita, así que de repente habían cobrado una gran utilidad urbana, quién lo iba a decir.
Pero a la vez que contemplábamos embobados la imagen idílica de un Madrid cubierto de nieve, sin tráfico, sin el ruido atronador que caracteriza nuestra ciudad, con toda su superficie convertida en un lugar para el disfrute vecinal, empezábamos a ser ya conscientes de buena parte de los problemas serios que implicaba aquel nuevo panorama: la población con movilidad reducida abocada al encierro en sus casas, lo terrible de la situación para las personas sin hogar, los pájaros sin saber adónde ir o qué comer, la inmensa mayoría de los árboles dañados o caídos, lo que la imposibilidad del tráfico rodado supone a efectos de emergencias y abastecimiento… Y también nos íbamos dando cuenta de que aquello iba a durar, y había que hacer algo.
Mientras, las Administraciones estaban prácticamente desaparecidas, haciendo muchas declaraciones y casi ninguna actuación útil, como lamentablemente nos tienen ya acostumbrados cuando precisamos de una acción decidida por su parte. Y eso que, como escribía al principio, los servicios meteorológicos ya habían avisado; y usted y yo podemos no tomar tales avisos en serio, pero las Administraciones sí tienen el deber de hacerlo para estar preparadas ante cualquier escenario posible. Pues nada, oiga: no solo no estaban preparadas, sino que tampoco supieron reaccionar a la altura de las circunstancias. Pero vamos, ninguna sorpresa: como en nuestro sistema político los errores suelen suponer pérdida de apoyo electoral, es tendencia entre los equipos de gobierno de cualquier nivel reaccionar “de menos” ante los imprevistos para evitar cometerlos. Pero claro, en la mayoría de las ocasiones, la propia reacción “de menos” supone un error, y gordo. Y una vez más, eso es lo que ha ocurrido.
Y también una vez más, han sido los vecinos y los negocios de los distritos madrileños los que, ante el abandono institucional, han arrimado el hombro y despejado vías y entradas, y se han organizado para ayudar de una u otra forma a quien lo pudiera necesitar, ya fuera acercando la compra a unos abueletes o llevando a Urgencias a un enfermo en todoterreno. Así que también en esta ocasión mi aplauso es para vosotros, gentes de Madrid: porque juntos hacemos una ciudad fabulosa.
► Así estaba la plaza de Manuel Becerra el 25 de enero. 17 días después de la gran nevada, aún esperando a que el hielo se deshaga solo. Foto: África Martínez