Horror y vergüenza
ROBERTO BLANCO TOMÁS, 8 de noviembre de 2023
Podría parecer al ver las noticias y escuchar al tertulianado que lo que estamos viendo estas últimas semanas en Gaza ha empezado con el ataque y toma de rehenes por parte de Hamás, pero la situación que hoy se vive allí viene de lejos. Desde 1948, año de su creación, el Estado de Israel, a la par que desobedecía sin consecuencias todas y cada una de las resoluciones de la ONU, ha ido ampliando su territorio a costa del que inicialmente había correspondido a la población árabe, a la que además le ha ido arrebatando sus recursos naturales y haciendo la vida imposible de todas las maneras que se le han ido ocurriendo, ya sea con leyes y medidas, con presión y maltrato constante, con colonos armados o con operaciones de su poderoso Ejército, lo que ha deparado a dicha población a lo largo de los años mucha sangre (unas veces en masa y otras por goteo), represión, desplazamiento y exilio. Y no hablo de oídas, he estado allí.
El territorio palestino son en realidad dos: Gaza y Cisjordania. Cisjordania está ocupada por Israel y cada vez más menguada por efecto de las colonias que han ido estableciendo los israelíes en ella. En cuanto a la franja de Gaza, y explico esto porque creo que no se está entendiendo y es crucial, es muy pequeña: unos 40 kilómetros de largo y entre seis y doce de ancho, y hay que contar con que Israel mantiene una tierra de nadie de 500 metros de ancho que no se puede usar, lo que equivale a un 8% del total del terreno de la franja. Pues bien, ahí viven apiñadas más de dos millones de personas, buena parte de ellas refugiados que en su momento fueron obligados a dejar sus casas en lo que hoy es zona israelí, así que es en realidad un campo de concentración grande. El simple hecho de bombardear allí es ya un crimen de guerra, pues resulta imposible evitar que muera población civil, algo que a Israel nunca le ha importado, ya que no es la primera vez que lo hace.
Pero en esta ocasión ha superado todo lo imaginable. Cuando escribo estas líneas el Ejército israelí ya ha matado a más de 9.700 personas en Gaza, de las que 4.008 son niños. No hay absolutamente nada en el mundo que justifique algo así. Es un genocidio, cometido con saña criminal, que va en aumento. El Estado israelí intentó negar su autoría cuando bombardearon el primer hospital, pero ya les da igual: anteayer arrasaron un convoy de ambulancias a las puertas de un centro hospitalario y el Ejército lo justificó: “no aceptaremos el uso cínico de los hospitales por parte de Hamás para ocultar sus infraestructuras terroristas”. También les parecen infraestructuras terroristas los campos de refugiados, y en el último que han bombardeado han matado a más de 40 personas. Israel (que no es ni representa al pueblo judío, que quede claro) ha aprendido mal de la historia: para no ser nunca víctimas han elegido ser asesinos. Y parecen dispuestos a proporcionar a la población gazatí su “solución final”. Incluso un ministro israelí ha aludido a lanzar un ataque nuclear contra la franja de Gaza como “una posibilidad”.
Y con todo este horror retransmitido a todas horas por todos los canales, no sabe uno qué le resulta más repugnante, si escuchar las declaraciones de los genocidas “justificando” sus crímenes y llamando “antisemita” a toda aquella persona que no les bese las botas, o ver a los políticos occidentales relativizando la situación, hablando de “guerra” cuando no hay dos Ejércitos en liza y discutiendo horas y horas para sacar adelante un papel miserable, o considerando que a lo mejor “alto el fuego” es una expresión demasiado fuerte y si no será mejor hablar de “pausas humanitarias” en los combates. Y en fin, intentando como sea echar algún capote a Israel, que puede que sea un genocida, pero es nuestro genocida, demócrata, socio y amigo. Qué asco.