Diálogo de virus besugos

— Buenos días, don Coronavirus.

— Buenas tardes, doña Corinnavirus.

— ¿Cómo le van las cosas, apreciado colega?

— Viento en popa, querida compañera.

— Lo dice porque su éxito se ha convertido en viral, ¿no es cierto?

— Exacto. No es de extrañar que, siendo virus, lo nuestro se haga viral.

— Lo cierto es que acapara usted las primeras planas de los diarios, todo el tiempo de los informativos de la tele, y es el tema principal de los contenidos de las redes sociales.

— Usted tampoco anda mal, amiga Corinnavirus.

— Amabilidad por su parte. Mis infecciones ocupan mucho menos espacio que las suyas.

— Eso es porque usted es virus hembra y está más especializada en contagiar a gente con sangre azul. Aunque bien que se aireó cuando el caso Nóos.

— Aquello fue porque infecté a una de las infantas.

— ¿Cómo lo consiguió, si no es indiscreción?

— A través de su señor padre, donde me hallaba instalada en estado latente. Conseguí transmitirme a través de las gotículas de un estornudo.

— ¿Es que su señor padre no se cubrió el rostro con un pañuelo antes de estornudar, o con el brazo doblado, como mandan los más elementales modales de la higiene de las familias reales?

— Fue un estornudo tan violento y repentino, que cuando quiso cubrirse ya era demasiado tarde.

— Me imagino la escena: su señor padre, con lo grande que es, estornudando con toda el alma, y la pobre infanta, toda empapada de Corinnavirus de pies a cabeza…

— Así fue. Del padre de su alteza pasé a su alteza; en su alteza me desarrollé a base de bien; de su alteza, bien desarrollada, pasé a su señor esposo…Y ya conoce el resto.

— Sí, su alteza, sentada en el banquillo de los acusados del caso Nóos; el señor esposo de su alteza, enchironado por los pringues del caso; su majestad actual retirándoles lo del condado de Palma, y toda la pesca. Todo un puntazo para la Corinnavirus.

— Mucho puntazo, pero el público ni llegó a conocer mi nombre.

— Bueno. Ahora lo ha conseguido. Y con creces.

— Porque se me hincharon las proteínas, me desarrollé al máximo en su majestad emérita, con tanta fuerza que tuvo que marcharse a Abu Dabi.

— Desde luego, lo ha infectado a base de bien.

— ¿Se da cuenta? Primero le hicieron un PCR, y como salió positivo, tuvo que medicarse regularizando su salud con la Agencia Tributaria; después, como no existían todavía las vacunas, por más ilusión que le hiciera no pudo venir a pasar las Navidades con su familia, que su familia estaba perimetrada…

— Bueno; ahora como ya tenemos la Pfeiffer, ya podrá vacunarse.

— Supongo que lo hará en seguida, que para eso tiene edad de grupo de riesgo.

— ¿Sabe una cosa? Tengo curiosidad por ver a su majestad emérita con mascarilla.

— Y yo, por verla manteniendo la distancia social con sus amistades femeninas.

— De cualquier modo, mis infectados no son nada comparados con los suyos, que ocupan grandes espacios detallando defunciones, curaciones y mutaciones.

— Lo mío es cantidad. Lo suyo es calidad. Y la calidad es lo que importa.

— Muy amables estas palabras suyas, colega. Muchas gracias.

— No se merecen.

— Bien. Perdone que le deje, que tengo que seguir infectando.

— Lo comprendo. Trataré de hace lo mismo, que es nuestra tarea de virus hechos y derechos.

— Buenas tardes, doña Corinna…

— Buenos días, don Corona…



  Votar:  
  Resultado:  
  0 votos