Un día cualquiera de mi vida actual
PGARCÍA, 22 de marzo de 2021
Déjenme que les cuente cómo es un día cualquiera de mi vida actual, con la COVID-19 y sus distintas variantes campando por sus respetos.
Me despierto a la hora de siempre.
Me levanto.
Me ducho, enjabonándome mucho más a conciencia que antes de la pandemia.
Salgo de la ducha y me seco.
Dejo la toalla con la que me he secado en el cesto de prendas a desinfectar.
Me visto con un chándal limpio y desinfectado.
Voy a la cocina a prepararme el desayuno.
Aunque acabo de ducharme, me lavo las manos a conciencia, que hombre prevenido vale por dos.
Me calzo lo guantes de látex y desinfecto la mesa.
Dispongo el zumo de naranja pasteurizado, leche semidesnatada que he hervido previamente por si los virus, y café instantáneo y cereales, que paso por el microondas, por si las moscas. Mientras ingiero los alimentos conecto la tele, que me cuenta el número de contagios de la víspera, el de fallecidos por la pandemia en mi comunidad y las otras comunidades, la presión hospitalaria, la ocupación de las UCI, el estado de la curva, las vacunas, el toque de queda y cosas por el estilo. El desayuno me sienta fatal. Cuando concluyo, desinfecto taza, cucharilla y vaso, y lo coloco en el lavavajillas, porque toda higiene es poca.
Reviso mi stock de mascarillas.
Escojo una con topos de colores diferentes, que es muy alegre, y en estos tiempos de pandemia toda alegría es poca.
Me la pongo.
Salgo a correr.
Empiezo a correr mis cuatro kilómetros de ida y cuatro kilómetros de vuelta, con la mascarilla bien colocada, y los cascos conectados al transistor. Al principio noto que me ahogo. Es muy complicado esto de correr con la mascarilla puesta. Me la quito, pero mantengo rigurosamente la distancia social con otros corredores que también corren, sin mascarilla para no ahogarse.
Oigo la radio mientras corro.
Da noticias del virus, de los brotes y de los rebrotes. Luego unos tertulianos hablan de la pandemia, del Gobierno y la pandemia, de la oposición y la pandemia, y de las cosas que se han hecho mal desde el principio de la pandemia. Supongo que si están en la emisora andarán con la mascarilla puesta, se habrán lavado previamente las manos y guardarán rigurosamente la distancia de seguridad.
Terminada mi ración de footing, vuelvo a casa.
Me ducho otra vez repitiendo las precauciones de antes.
Deposito el chándal y las zapatillas en el cesto de prendas a desinfectar, y me coloco las ropas de diario, también desinfectadas.
Me lavo las manos.
Teletrabajo hasta que se hace la hora del aperitivo. Entonces me lavo las manos a fondo, elijo otra mascarilla, me la coloco y salgo a reunirme con los amigos en una terraza con aforo limitado, en la que hemos reservado mesa con cita previa.
Todos llevan su mascarilla. Las mesas están separadas cuatro metros o más; las sillas, metro y medio, por lo menos. Es lo mandado. Nos saludamos chocando los codos.
Llega el camarero, con su mascarilla y sus guantes, y mientras desinfecta la mesa nos recuerda educadamente la recomendación de lavarnos las manos con solución hidroalcohólica, que está convenientemente dispuesta en una mesita auxiliar. Aunque nos las hemos lavado antes de salir de casa, lo hacemos, que como dice la OMS toda precaución es poca.
Pedimos unas cervezas y unas tapas.
Nos bajamos la mascarilla cada vez que damos un trago de cerveza o pillamos un aperitivo y luego nos la volvemos a subir.
Charlamos sobre el fútbol sin público, y el engorro que es ir todo el día con la cinta métrica para medir la distancia de seguridad, lavándose las manos con jabón o solución hidroalcohólica cada vez que entramos en el banco, en las grandes superficies o en cualquier otro sitio. Y con la mascarilla puesta.
El resto de la jornada es de este tenor: teletrabajo y con mascarilla a toda hora, cola manteniendo la distancia de seguridad para entrar en oficinas y comercios, lavado de manos a la entrada, y dejar asientos o butacas vacías de distancia en el autobús, el cine o el teatro, que el coronavirus se contagia en un decir Jesús.
Al final del día, desinfecto todas las prendas del cesto y las ropas usadas durante la jornada.
Me pongo una peli (de virus, para variar), desinfecto el móvil que he utilizado para mandar y recibir mensajes y grabar a los irresponsables y negacionistas que se aglomeran sin mascarilla. Lo mandaré a cualquier programa de la tele, en plan queja y denuncia. Luego me pongo el pijama desinfectado, me lavo las manos con jabón y solución hidroalcohólica por última vez, y me meto en la cama previamente desinfectada. Por fin, unas horas por delante sin mascarilla.
Me duermo.
Como es natural, sueño.
Y como siempre, con pandemias.
La verdad es que cuando todo esto pase y mi vida vuelva a ser como la de antes, la voy a encontrar bastante aburrida.