La deformación de las noticias



EDITORIAL. Julio-agosto 2018.

Hoy sufrimos numerosas deformaciones, pero seguramente la menos evidente (y la más decisiva) es aquella que está puesta, no en el teclado del que escribe, sino en la cabeza del que lee y lo acepta o descarta conforme la descripción se ajuste a sus particulares creencias e intereses, o a las creencias e intereses de un grupo, pueblo o cultura en un preciso momento histórico. En síntesis, se aprehende la noticia no como ésta es, sino como se la quiere entender.

Esta suerte de “censura” personal o colectiva no puede ser discutida, porque está tomada como la realidad misma, y son solamente los acontecimientos en su choque con lo que se cree que es la realidad los que finalmente barren con los prejuicios hasta ese momento aceptados.

Desde luego, cuando hablamos de “creencias” nos estamos refiriendo a esas suertes de formulaciones antepredicativas de Husserl que son usadas tanto en la vida cotidiana como en ciencia. Por tanto, es indiferente que una creencia tenga raíz mítica o científica, ya que en todos los casos se trata de antepredicativos implantados antes de cualquier juicio racional.

Periodistas, historiadores y hasta arqueólogos de distintas épocas cuentan con amargura las dificultades que tuvieron que sortear para obtener datos que estaban prácticamente eliminados porque se los consideraba irrelevantes, y fueron precisamente los hechos abandonados o descalificados por el “buen sentido” los que provocaron un vuelco fundamental en la historiología.

No obstante, si alguien hiciera explícitos o manifestara la ineludibilidad de tales errores podría ser considerado con interés, por cuanto su presentación se ha hecho reflexiva y puede asistirse racionalmente a su desarrollo.

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