HISTORIAS DEL DISTRITO. Hotel Mónaco

“Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro: ‘¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?’. El otro contesta: ‘Ah, eso es un McGuffin’. El primero insiste: ‘¿Qué es un McGuffin?’, y su compañero de viaje le responde: ‘Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia’. ‘Pero si en Escocia no hay leones’, le espeta el primer hombre. ‘Entonces eso de ahí no es un MacGuffin’, le responde el otro”. 
Hitchcock en El cine según Hitchcock de François Truffaut 

Una noche de junio, en ese deseo de bucear en los recuerdos de una ciudad que ya no existe, acudí a la sala Azarte (San Marcos, 19) a ver a Miguel Ángel Bueno y a Laura López en su representación teatral Hotel Mónaco. Recrearon la historia agridulce y fascinante del viejo Hotel Mónaco (calle Barbieri, 5; 1919). Y del pequeño microcosmos hostelero se expandieron al “barrio” de Chueca. Es lo que podríamos denominar “teatro documental”... Fue memorable.  

El Hotel Mónaco resulta ser hasta un protagonista literario que se encuentra presente en algunas novelas (La Tierra Dormida de Joaquín M. Barrero, Tierra de Campos de David Trueba o El cielo de Madrid de Julio Llamazares) y en la memoria de artistas como Andrés Calamaro (Brutal Honestidad de Diego Londoño)... Hace 22 años, un mes de junio, posiblemente muchos ingleses pasaran (al menos para verlo por fuera) por la recomendación del periodista e historiador Giles Tremlett (The Guardian). Hoy tan solo queda del edificio un esqueleto, un cartel señalando su antigua y olvidada condición y poco más. Si acaso, sus paredes decrépitas sirven para anunciar conciertos.  

Al finalizar la función encaminamos nuestros pasos hacia Das Meigas (Barbieri, 6), justo enfrente. Y mientras degustábamos un buen caldo y saboreábamos una jugosa tortilla mi imaginación bullía aún con lo sentido en el teatro. 

Y, simbólicamente, recreo aquella estatua de Cupido de escayola que se hallaba en su entrada. Y observo lanza una flecha que proyecta lejos de Chueca. Si la imaginan, si siguieran su trayectoria, parece estar dirigida a Guindalera en una zona que formaba parte del Madrid Moderno.  

¿Qué era el Madrid Moderno?  El político Mariano Santos Pinela construyó (1888, sin licencia de obra), en esta zona de cercana a Las Ventas y en terrenos de su propiedad, viviendas singulares que sirvieran para el esparcimiento. Entonces, en lo que eran las afueras de Madrid, encomienda al arquitecto Julián Marín construir segundas viviendas y hotelitos (45). Todos con luz, agua y gas. Parte de ellos son los célebres hotelitos que ya les mencioné en otro artículo (Los hotelitos de Guindalera, DSalamanca 10/2021). 

Existían otros edificios singulares que igualmente diseño Marín, uno situado en Cardenal Belluga esquina Castelar, similar al de la Casa de las Bolas (calle Alcalá con Díaz Porlier y Goya). Otros, muy interesantes, fueron la denominada “Villa Diego” (de Carlos de Luque Torres) en Cardenal Belluga.  

En 1891 se paralizan las obras puntualmente por petición municipal, y de las deudas se hace cargo el empresario Francisco Navacerrada. Después prosiguen y se hace cargo su arquitecto Mauricio Martínez Calonge, al que le seguirá Valentín Roca.  

Pero disculpen, había olvidado aquella flecha del Cupido del Hotel Mónaco... Queda clavada en una zona situada entre la avenida de los Toreros (entonces se llamaba “Julián Marín”), la calle de Campanar (Rafaela Bonilla se prolongaba cruzándola y ahora el tramo se denomina así) hasta cruzarse con la de Londres (entonces Alberto Aguilera). Se trata de donde se ubicaba el Parque Rusia (y en el Teatro Moderno de Guindalera), obra del arquitecto Mariano Belmás Estrada.  Este lugar disponía, además de un teatro (que sirvió no solo para representaciones teatrales, también para mítines políticos), de unos amplios jardines y un estanque con embarcaciones. Se podían hacer carreras de trineos, tiro panorámico y de salón, existían columpios. Y como atracciones contaba los jueves con desfiles de moda, los fines de semana tocaba la banda del Regimiento de Zaragoza.  

Pero fíjense, entre otras atracciones me llamo la atención “Mr. Malleu con sus leones”.  Félix Malleu fue un personaje singular, daría lugar a una obra de teatro. A finales del siglo XIX raro es que no se tuvieran noticias en todos los puntos cardinales de la Península de sus espectáculos. Organizaba luchas entre animales: osos (la osa Curviss), leones, tigres, panteras, hienas, perros (grandes daneses como Madame Alberta) y toros (el más conocido era Carasucia)... Domaba a las fieras usando los disparos de un revólver. Y afirman que fue quien inventó el riesgo de meter su cabeza en las fauces de un león. 

Una serie de desgracias lo arruinaron. Años después lo encontraron Federico García Lorca y Luis Buñuel (ayudados por un artículo de Blanco y Negro) en El Retiro y Rosales con sus guiñoles. Al parecer, gustaba representar Las tertulias de Madrid o El porqué de las tertulias, de uno de los autores que dan nombre a una de las calles de nuestro distrito: (Don) Ramón de la Cruz (1731-1794). Lo rescataron llevándolo a la Residencia de Estudiantes (5 de mayo de 1922). Aquel día Buñuel disertó sobre el arte de las marionetas (guiñol) antes de que Malleu hiciera una representación... 

Definitivamente la flecha de Cupido quedó clavada en una historia ya olvidada, en extraño recuerdo. Pero me sirve para dar un homenaje a esa escuela de llanto y de risa (F. G. Lorca) que representa el teatro. Todo lo que pasa sobre un escenario, en las tablas, es inigualable.  

Gracias a Laura López y Miguel Ángel Bueno (y a todas las personas que se dedican al teatro). 


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