CINE. ‘Retrato de una mujer en llamas’ (2)

Antes que nada quiero agradecer a este grupo de amigas y amigos del DSalamanca que han leído mi reseña anterior y les ha parecido muy válida, ¡gracias!

Después de la fotografía y la iluminación, seguimos en ese mundo cinematográfico con la dirección de arte diseñada por Thomas Gremaud, cuadros llenos de emociones, sentimientos y otros elementos no siempre presentes pero que en esta película sí lo están, como los olores: el olor del mar, del estudio o de la cocina por todo el conjunto de la obra. La valoración completa es de 10.

El diseño de producción pasa por el agua verde y azul del mar, los ocres de la tierra y arena, aire fresco transparente y nítido de campiña y rojo anaranjado del fuego intenso en las cocinas y chimeneas de la mansión. La manera en la que hila los sentimientos, el amor, la creación artística y la libertad de la mujer en un mundo restrictivo a través de la historia es conmovedora porque aún se recuerda.

La bella textura de blanco picado milimétricamente cuidado de las paredes del chalet, las telas, así como la austeridad minimalista de los espacios y la sencillez de los muebles nos hacen apreciar una fuerte concentración entre los personajes. Además, los acantilados y el mar presentes todo el tiempo nos señalan el peligro y la libertad buscada en la época.

A este compuesto le añadimos la belleza y textura de los vestuarios creados por Dorothée Guiraud, fieles al siglo XVIII: para Héloïse, con caídas pesadas, hilos marcados, algodones y sedas; para Marianne, lino delgado o seda fresca; y para Sophie, cáñamo o lana por su durabilidad y bajo coste.

Los colores en el vestuario verde, blanco, negro, describen la melancolía, la tristeza, el luto y el desapego emocional con las cosas y las personas; el azul grisáceo y rojo son la pasión y la libertad, pasión por crear y la independencia que ese gesto produce.

Céline Sciamma, la directora; Claire Mathon, la directora de fotografía; Thomas Grézaud, el diseñador de producción; y Dorothée Guiraud, la diseñadora de vestuario. Este cuarteto de genuinos artistas realiza un homenaje a pintoras mujeres del siglo XVIII, como Élisabeth Vigée Le Brun, pero también evocan la obra de Caravaggio (por el claroscuro) y Johannes Vermeer (por la intimidad de sus retratos).

El cuadro final de Héloïse (con el dedo entre las páginas del libro) es una referencia a la tradición pictórica, pero subvertida: ya no es un retrato para un marido, sino un acto de amor entre mujeres.

 

ANA ÁLVAREZ 


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