ROBERTO BLANCO TOMÁS.
Las últimas semanas han sido para echarse a temblar… Al horror que nos han brindado los salvajes ataques terroristas en París, ha seguido una dinámica de pánico escuchando las respuestas belicistas de la clase política y los todólogos de los grandes medios de comunicación. Los seres pacíficos como el que esto suscribe no podemos por menos que sentir escalofríos ante este horrísono concierto de tambores de guerra.
No voy a decir mucho sobre los autores de los atentados, pues no parece gente que atienda demasiado a razones. Creo que está bien claro que no representan en absoluto a lo que solemos denominar “mundo musulmán” —que recordemos que sufren a este tipo de gente de forma mucho más directa que nosotros, también en cuanto a número de víctimas—, y tampoco tienen nada que ver con los refugiados que hasta ahora habían copado la actualidad informativa —recordemos también que los autores de los atentados eran todos franceses y belgas. Por cierto que a nadie se le ha ocurrido bombardear Francia o Bélgica, de momento—. De hecho estos refugiados vienen huyendo precisamente de individuos como los terroristas de París, así que solo faltaría que las víctimas pagasen por los verdugos.
Me voy a centrar, pues, en los gobernantes occidentales —éstos tampoco atienden a razones, pero como su supuesta legitimidad para meternos en guerras la vinculan a ser “nuestros representantes”, quiero dejar claro aquello de “no en mi nombre”—, que parecen decididos a hacer el juego completo a los terroristas. Cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que atentados como los de París buscan una polarización del conflicto, para aglutinar a las sociedades musulmanas frente a Occidente, donde, según la idea que venden, “les odian”. Con este ardor guerrero que está desplegando nuestra clase política, seguro que se convencen más de ello. Enhorabuena.
Y es que me tendrán que explicar desde cuándo se arreglan los conflictos bombardeando países. No: bombardeando países lo que se consigue son más beneficios para las industrias de armamento, más audiencia para las cadenas de televisión, más poder para el que bombardea… y más víctimas entre la población civil, que es quien siempre “paga la cuenta” en las hazañas bélicas de estos “grandes estrategas”. Y me niego a aceptar que no haya otras soluciones, porque por supuesto que las hay: siempre las hay si se quieren buscar. A mí se me ocurren muchas: intentar comprender —y no someter— a otras culturas y sociedades; no intervenir en países y conflictos como si esto fuera el Risk; dialogar mucho y no amenazar nada; fijarse bien en a qué figuras, regímenes o grupos se apoya para asegurarnos de que no sean sátrapas, fanáticos, tiranos o criminales; no ir por el mundo vendiendo armas a troche y moche… Pero qué ingenuo soy: ¿cómo nos van a dar soluciones quienes crearon el problema? No se me olvida que cuando hubo un intento modernizador, laico y no violento, la llamada “Primavera Árabe”, en lugar de apoyarlo se hizo todo lo posible por aislarlo y desactivarlo, no fuera a cambiar algo de lo que ya estaba “atado”. Ahora, claro, nos quejamos de que el integrismo se extiende como la espuma…
Porque aquí no se pretende solucionar nada: aquí de lo que se trata es del control de los recursos energéticos y de las materias primas de una determinada zona. Estamos exactamente donde unos y otros querían estar. ¿Moraleja? No la hay: es lo de siempre. Solo nos queda declararnos al margen de toda esta fanfarria bélica, enviar nuestro cariño a las víctimas —a todas las víctimas— y sus familias, y gritar bien alto, unos y otros: “¡no en nuestro nombre!”.
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