Políticos con empatía
ANA DE GÓNGORA

Los políticos “de siempre” deben comprender que ya no sirven las teorías y matracas repetidas una y otra vez. Ya no para la mayoría. Deben dejar paso a mentalidades más abiertas, con capacidad de diálogo y de respeto a los demás. El problema no está en la edad, sino en el anquilosamiento de las ideas. La experiencia es válida cuando se aprende de ella y se sigue avanzando; no lo es cuando la persona se queda anclada en ella y quiere repetir lo mismo una y otra vez. En este caso, la experiencia y la veteranía son una rémora, como hemos visto en las pasadas elecciones.
Los dos partidos que hasta ahora abrían y cerraban el abanico de electos en nuestra comunidad y alcaldía han sido víctimas de su encorsetamiento, de su anquilosamiento mental.
Los primeros, han creído que seguiría funcionándoles aquello de “¡Que viene el lobo...!”, y se han encontrado con que una mayoría pensante ha dicho: “con lobos a mí... Ya hay bastantes lobos entre vosotros”. Claro, que todavía sigue habiendo mentes, anquilosadas también, que siguen creyendo en los viejos fantasmas y en cuantos quieran contarles.
Los otros siguen aferrados a sus viejos esquemas, añorando lo que ellos creen que pudo haber sido y no fue, cuando ya no existe la menor posibilidad en todo Occidente, ni en los países del Este se ha mantenido, y creo que la idiosincrasia española no lo habría soportado ni en sus mejores tiempos. Lo de “Vuelvan a tocar la que se fue...” solo sirve para las canciones.
Es una lástima que con su rigidez impidan que personas con las ideas más claras y frescas, incluso dentro de sus partidos, accedan a puestos más destacados en los que serían mucho útiles a la sociedad; personas con capacidad de diálogo, con voluntad de hacer más que de decir (o de callar). Capaces de escuchar y comprender a los demás, o al menos intentarlo. Personas con los pies en la tierra, aquí y ahora, mirando a los demás de frente, cara a cara, con una sonrisa amable; es decir, con empatía, que es imprescindible en las relaciones humanas y, sobre todo, si se ocupa un cargo público. Capaces de admitir los errores cuando los haya y no tolerando nada que atente contra la honestidad y honradez, que debe ser una premisa en cualquier cargo público que, al fin y al cabo y aunque lo hayan olvidado los de la vieja guardia, es un servicio al país y a los ciudadanos que los mantienen.
Hay un viejo dicho que creo que viene muy bien con un complemento: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino (también) parecerlo”, y “El César no solo debe parecer honrado, sino también serlo”.
Un abrazo,
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