La mala memoria... histórica
ÁNA DE GÓNGORA
Y no me estoy refiriendo aquí a la reciente de nuestro país, sobre la que ya se está discutiendo sobradamente. Hoy quisiera que toda Europa, el viejo continente, cuna de la cultura occidental, echara la vista atrás y recordara los tiempos en que imperios y reinos se enorgullecían de sus conquistas y dominios. Así dominaron el continente americano, parte de Asia y de África y Oceanía. Norteamérica y Australia se poblaron de los marginados sociales del norte de Europa, que fueron marginando a su vez a los aborígenes hasta casi su total desaparición.
Durante la I Guerra Mundial, Gran Bretaña conquistó al Imperio Otomano lo que llamaban la Siria Otomana, que comprendía Siria y Palestina, y crearon en Palestina lo que llamaron “el hogar nacional judío”, para conseguir el apoyo de éstos. Al finalizar la guerra, entre Francia y Gran Bretaña se repartieron el territorio. La Sociedad de Naciones adjudicó a los británicos el mandato sobre Palestina.
Después de la II Guerra Mundial, tras renunciar los británicos a su mandato sobre Palestina y dejarlo en manos de la ONU en 1948, ésta dispuso que se dividiera el territorio en dos parcelas aproximadamente iguales adjudicando una a palestinos y otra a judíos. Así trasladaron allí a cuantos judíos querían ir y se acabaron los guetos en el resto del mundo. Mientras, en aquella zona que siempre fue conflictiva, se consiguió que llegara a al terrible desastre permanente que es hoy.
Después de este somero repaso de la Historia, ¿puede Europa enorgullecerse de algo? Tras haber explotado, dominado despóticamente, en muchos casos y expoliado el continente africano y el centro y sur de América, ¿podemos los europeos extrañarnos de que sus habitantes traten de sobrevivir? Y, ¿no es lógico que vuelvan la vista hacia quienes son responsables de su ruina y devastación? ¿De que quieran escapar de la explotación, el maltrato y la humillación que aun hoy sufren en sus países y que quieran un lugar mejor para sus hijos?
Hasta hace menos de un siglo había emigrantes de toda Europa por el resto del mundo buscando una vida mejor o huyendo de la justicia o de la tiranía, y ninguno fue tan mal recibido. Pero hoy, claro, vamos de prepotentes y la solución que se les ocurre a las mentes pensantes es volarles las embarcaciones. Idea tan brillante como la de Bush, cuando para acabar con los incendios forestales proponía talar los árboles.
Los miles de muertos y desamparados deberían pesar en las conciencias de quienes tienen hoy la capacidad y la responsabilidad de buscar soluciones reales y eficaces afrontando el problema en su raíz, que es en sus países de origen; no contemporizando con mandatarios sátrapas, ni con multinacionales; no haciendo la vista gorda ante negocios sucios y, por una vez al menos, priorizando los seres humanos, las vidas, sobre los intereses económicos y el lucro.
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