Cuestiones de fe



ANA DE GÓNGORA. Mayo 2017.

¿Por qué quienes más alardean de su fe públicamente muestran en sus actos un desprecio absoluto a la religión que en teoría defienden?

Esto sucede en las tres religiones con una misma raíz, la Biblia. Llámenle Yahvé, Dios o Alá, quienes tienen verdadera fe y la practican en su vida suelen ser personas anónimas, solo reconocidas y apreciadas en su entorno y, muchas veces, mal vistas por las jerarquías superiores a ellas. ¿Porque perjudican sus intereses o porque les molesta quedar en evidencia...? O por ambas.

Podríamos decir que estas tres religiones son primas hermanas, y sin embargo llevan enfrentándose desde el origen de las dos últimas: cristianismo e islam. Si las tres parten de la base de que solo hay un único Dios que lo es todo, carece de sentido la confrontación y menos la violencia: ésta no es cuestión de fe, sino de fanatismo y afán de dominio. Los verdaderos creyentes se guían por el mandamiento de “no usarás el nombre de Dios en vano”, mientras los violentos justifican sus agresiones con: “por Dios”, “por Alá”, “por Yahvé”... Como los fanáticos del fútbol se escudan en sus equipos. Hay quienes son violentos, agresivos per se, y solo usan un pretexto para liberar esa violencia, y quienes tienen autoridad sobre éstos los utilizan para sus intereses.

En nuestro país estamos viendo como altas jerarquías ningunean y hacen oídos sordos a su máxima autoridad, el Papa; él, que parece tener voluntad de mejorar y sanear la situación actual, está siendo ignorado, obstaculizado, y hasta me atrevería a decir “zancadilleado”, por sus inmediatamente inferiores y sus adláteres.

No estoy en contra de que a los niños se les enseñe religión, pero sí de que se trate de adoctrinarlos en una determinada. Deberían conocer la historia de las religiones y creencias mayoritarias. La fe les llegará (o no), pero debería ser por su propio criterio. Quienes nacimos en la posguerra y fuimos educados en el nacionalcatolicismo somos más escépticos, y una mayoría más críticos, tal vez porque en cuestión de fe no se trata de vencer o imponer, sino de convencer y de dar ejemplo; quizá porque conocemos más a fondo la religión y la Iglesia, y vemos sus contradicciones. Aprendimos aquello de “por sus obras los conoceréis”; “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”; el auténtico sentido de: “dejad que los niños se acerquen a mí”; el “no mentirás”; el “antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el paraíso”. Sin embargo, vemos continuamente a personas de cargos públicos o eclesiásticos exhibiéndose en alarde de “su fe” (en este país declarado aconfesional por la Constitución), y demostrando cotidianamente por sus actos que “pasan” totalmente de todo lo que, sobre religión, entrecomillé anteriormente. No sé si estos comportamientos son por soberbia o hipocresía, o por ambas; de cualquier modo, creo que los menos creyentes son ellos, pues si tuvieran el menor temor de Dios ya deberían suponer que ni las indulgencias plenarias que pudieran cosechar les librarían de un juicio final justo: allí no hallarán fiscales favorables ni juez complaciente.

Con lo que estamos viendo y viviendo, un tuitero decía hace unos días: “Dios no existe. Como dijo alguien, es mejor para su reputación”.

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