¿Sabemos dialogar?



EDITORIAL. Octubre 2018.

Para que un diálogo sea coherente es necesario que las partes coincidan respecto al tema fijado, ponderen el tema en un grado de importancia similar y posean una definición común de los términos decisivos usados.

Pero se están dando respuestas coyunturales a problemas que son globales, y toda respuesta sistemática aparece como una generalización excesiva. Ocurriendo, en esta época de mundialización, que los problemas fundamentales que vivimos son estructurales y son globales. Tales dificultades no serán aprehendidas de ese modo y se habrá de encarar un conjunto de respuestas desestructuradas que por su misma naturaleza llevarán a complicar más las cosas en una reacción en cadena sin control. Por supuesto que esto ocurre porque los intereses económicos de los círculos privilegiados manejan al mundo, pero la visión de esa minoría privilegiada ha hecho carne aun en las capas más perjudicadas de la sociedad. De esta suerte, es patético escuchar en el discurso del ciudadano medio los acordes que antes percibiéramos en los representantes de las minorías dominantes a través de los medios de difusión.

Y esto seguirá así y no será posible un diálogo profundo ni una acción concertada globalmente hasta que fracasen los intentos puntuales de resolver la crisis progresiva desencadenada en el mundo.

En el momento actual se cree que no debe discutirse la globalidad del sistema económico y político vigente, ya que éste es perfectible. Pero hay quien entiende que este sistema no es perfectible ni puede ser gradualmente reformado, ni las soluciones desestructuradas de coyuntura producirán una creciente recomposición.

Esas dos posturas enfrentadas podrán establecer su diálogo, pero los predialogales que actúan en uno y otro caso son inconciliables como sistemas de creencias y como sensibilidad. Únicamente con un creciente fracaso de las soluciones puntuales se arribará a otro horizonte del preguntar y a una condición adecuada de diálogo.

En ese momento, las nuevas ideas comenzarán a ser gradualmente reconocidas y los sectores cada vez más desesperanzados empezarán a movilizarse. Hoy mismo, aun cuando se pretenda que hay que mejorar algunos aspectos del sistema actual, la sensación que se generaliza en las poblaciones es la de que a futuro las cosas habrán de empeorar. Y esa difusa sensación no está revelando un simple apocalipsismo de fin de siglo, sino un malestar difuso y generalizado que, naciendo de las entrañas de las mayorías sin voz, va llegando a todas las capas sociales. Entre tanto, se sigue afirmando en forma contradictoria que el sistema es coyunturalmente perfectible.

El diálogo, factor decisivo en la construcción humana, no queda reducido a los rigores de la lógica o de la lingüística. El diálogo es algo vivo en lo que el intercambio de ideas, afectos y experiencias está teñido por la irracionalidad de la existencia. Esta vida humana con sus creencias, temores y esperanzas, odios, ambiciones e ideales de época, es la que pone la base de todo diálogo. Cuando se dice que “No existe diálogo completo si no se considera a los elementos predialogales en los que se basa la necesidad de dicho diálogo”, estamos atendiendo a las consecuencias prácticas de tal formulación. No habrá diálogo cabal sobre las cuestiones de fondo de la civilización actual hasta tanto empiece a descreerse socialmente de tanta ilusión alimentada por los espejuelos del sistema actual. Entre tanto, el diálogo seguirá siendo insustancial y sin conexión con las motivaciones profundas de la sociedad.

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