Crisis de credibilidad
Redacción, 13 de noviembre de 2018
EDITORAL. Noviembre 2018.
En esta crisis, los pueblos quieren soluciones concretas, pero una cosa es una solución concreta y otra muy diferente es prometer soluciones concretas. Lo concreto es que ya no se cree en las promesas, y esto es mucho más importante como realidad psicosocial que el hecho de presentar soluciones que la gente intuye no serán cumplidas en la práctica.
La crisis de credibilidad es también peligrosa porque nos arroja indefensos en brazos de la demagogia y del carisma inmediatista de cualquier líder de ocasión que exalte sentimientos profundos. Pero esto, aunque se repita muchas veces, es difícil de admitir porque cuenta con el impedimento puesto por nuestro paisaje de formación en el que todavía se confunde a los hechos con las palabras que mencionan a los hechos.
Aquí estamos llegando a un punto en el que salta a la vista la necesidad de preguntarse de una vez por todas si es adecuada la mirada que hemos estado usando para entender estos problemas. Esto no es algo tan extraño, porque desde hace unos años los científicos de otros campos dejaron de creer que observaban la realidad misma y se preocuparon por entender cómo interfería su propia observación en el fenómeno estudiado. Esto significa que el observador introduce elementos de su propio paisaje que no existen en el fenómeno estudiado y que incluso la mirada que se lanza hacia un campo de estudio ya está dirigida a cierta región de ese ámbito y podría ocurrir que estuviéramos atendiendo a cuestiones que no son importantes.
Este asunto se hace mucho más grave a la hora de justificar posturas políticas diciendo siempre que todo se hace teniendo en cuenta al ser humano, cuando resulta que esto es falso, porque no se parte de tenerlo en cuenta a él sino a otros factores que colocan a las personas en situación accesoria.
De ninguna manera se piensa que únicamente comprendiendo la estructura de la vida humana se puede dar razón cabal de los acontecimientos y del destino de la civilización, y esto nos lleva a comprender que el tema de la vida humana está declamado y no es realmente tenido en cuenta, porque se supone que la vida de las personas no es agente productor de acontecimientos, sino paciente de fuerzas macroeconómicas, étnicas, religiosas o geográficas; porque se supone que a los pueblos hay que demandarles objetivamente trabajo y disciplina social y, subjetivamente, credulidad y obediencia.