Orgullo necesario
ROBERTO BLANCO TOMÁS, 7 de julio de 2023
Está claro que nunca se puede dar nada por supuesto, especialmente cuando hablamos de derechos. La realidad nos lo recuerda continuamente: avances que podríamos haber creído irreversibles, conquistas sociales alcanzadas después de luchas de décadas, logros obtenidos con esfuerzo, sobreentendidos acerca de nuestra sociedad actual que consideramos inamovibles… se ponen en cuestión, quedan atrás e incluso perdemos unas y otros aparentemente de la noche a la mañana, aunque nada ocurre de repente.
Esto lo hemos podido ver muy claro en el mundo laboral: ¿quién trabaja hoy ocho horas y ni una más? ¿Tiene todo el mundo un contrato que refleje de forma veraz su jornada y condiciones de trabajo? ¿Cómo de “fijo” es realmente un trabajador fijo? Ajuste tras ajuste y reforma laboral tras reforma laboral, todo ello con la inestimable ayuda del desprestigio sindical y de la creciente sumisión de los trabajadores (“Es que no puedo permitirme perder el empleo”; “Total, si yo digo que no hay 40 esperando entrar a mi puesto”), a día de hoy se han perdido derechos que han costado sangre, sudor, lágrimas y décadas. Y la bola de nieve continúa su descenso montaña abajo.
También en la lucha de la mujer por la igualdad. Es comúnmente aceptado aquello de que “Hoy en día la igualdad de hombres y mujeres es algo asumido por la mayoría de la sociedad”. Podríamos pensar que la mujer, tras siglos de opresión, lo ha conseguido por fin; creencia que para empezar adolecería de “primermundocentrismo” (valga el palabro), ya que en muchas otras partes del globo esto no es así para nada. Pero incluso en nuestras sociedades presuntamente avanzadas tampoco es así: los datos indican que la violencia machista se cobra cada año aún muchísimas víctimas mortales (solo una ya sería algo intolerable), indicadores alertan contra el preocupante aumento de relaciones con “machito dominante” entre los jóvenes, y además se extiende progresivamente una ola rancia que repite en todos los foros en los que se le permite enunciados (a menudo feroces y con frecuencia bastante groseros) contra el feminismo y los discursos igualitarios. Todo ello indica muy a las claras que hay que seguir en la brecha, seguramente por bastante tiempo.
Y llegamos al tema del mes: los derechos LGTBIQ+. Otro asunto que creíamos ya asumido por la sociedad (de nuevo, la nuestra: el Occidente “rico”), conquistado y normalizado. Tanto que incluso había críticas porque la fiesta del Orgullo podía parecer demasiado festiva y poco reivindicativa, y monopolizada por el mundo de la publicidad y el sector acomodado del colectivo. De hecho había surgido un Orgullo Crítico que reclamaba romper con esa dinámica y volver a poner en el foco las reivindicaciones, por entender que no podíamos dormirnos en los laureles de lo alcanzado y que faltaba mucho por conseguir.
Y tenían razón: lo hemos visto en los últimos meses con la ola reaccionaria que parece querer volver a desterrar al colectivo LGTBIQ+ a las profundidades del armario. El manifiesto del Orgullo de este año lo explica perfectamente: “En España estamos oyendo ya desde las instituciones a gente llamándonos ‘degenerados subvencionados’, o hablando de ‘casos alarmantes de homosexualidad y transexualidad’, o afirmando ‘que ponemos en riesgo la identidad de 47 millones de personas’, y ‘que hemos pasado de recibir palizas a imponer nuestra ley’, ‘que el orgullo impregna con su hedor las calles de Madrid’. En el Estado Español, cada día hay más traficantes de odio, sus discursos de odio crecen más, y con esos discursos aumentan las discriminaciones, el acoso, los insultos, las agresiones, la violencia, el miedo y el armario. Porque nos señalan para eso: nos señalan para que nos agredan, para que nos insulten, para que volvamos al armario. Porque la responsabilidad directa, con un 68% de aumento de los delitos de odio el año pasado, la tienen quienes vomitan odio desde los Parlamentos e instituciones. Tengámoslo claro: los delitos de odio son la consecuencia, pero los discursos de odio son la causa”.
Pues eso: contra lo que alguien pudiera creer, el Orgullo sigue siendo bastante más que una fiesta, algo aún hoy muy necesario. Porque tanto en esto como en tantas otras cosas debemos permanecer vigilantes, decir “ya está bien” y no dar ni un paso atrás.
Foto: FELGTBI+