ROBERTO BLANCO TOMÁS. Marzo 2017.
Imagino que el estupor y la indignación ante algunas sentencias recientes de casos ultramediáticos de corrupción se debe a que, a estas alturas de la película, nos habíamos creído que nuestras democracias eran regímenes perfectos, y que nuestro nivel de desarrollo social y moral nos había permitido alcanzar la igualdad y el justo equilibrio en nuestra idílica sociedad, gracias a la excelencia de nuestro ordenamiento jurídico… Pero parece que vamos volviendo a la realidad: según el barómetro de La Sexta, ante la pregunta “¿Cree que la Justicia es igual para todos?”, el 93,5% responde que “no”, frente a un 6,1% que contesta afirmativamente.
Y es que la Justicia nunca fue igual para todos: ante ella siempre influyó, en mayor o menor medida, el puesto de poder, la clase social y el nivel económico de quien a ella se enfrenta, aunque solo sea por tener mayores posibilidades para afrontar los gastos que ello supone. Y ojo, que no quiero decir con esto que me parezca bien (de hecho me parece fatal). Pero no podemos autoengañarnos pensando que las diferencias son mínimas, casos aislados o excepciones a la regla. Nada de eso: las cosas ocurren así porque aquello de “siempre hay clases” era cierto, lo sigue siendo, y tiene muchas más implicaciones que la mera apariencia externa o las diferentes costumbres.
Veamos si no algunos de los casos de corrupción más famosos de nuestros días. En el Caso Noos, Iñaki Urdangarin, esposo de Cristina de Borbón, ha sido condenado a seis años y tres meses de prisión por diversos delitos de corrupción, y la infanta ha resultado absuelta. Y en el caso de las tarjetas black, la Audiencia Nacional ha condenado a Miguel Blesa a seis años de prisión y a Rodrigo Rato a otros cuatro años y seis meses, al considerarlos culpables de apropiación indebida del patrimonio de Caja Madrid. Algunos se preguntarán qué problema hay: si eran culpables y han sido condenados, es que la Justicia funciona y que quien la hace la paga… Pero el caso es que no la paga igual, pues las condenas aún no son firmes, y mientras llega la sentencia definitiva, Urdangarin no tendrá que ir a la cárcel y podrá vivir en Suiza, y en cuanto a Blesa y Rato, ambos han quedado en libertad sin fianza ni medidas cautelares.
Vaya por delante que la prisión preventiva me parece una medida propia de regímenes dictatoriales, pues creo que la presunción de inocencia está por encima de todo y no concibo que alguien sea encerrado en la cárcel “a título preventivo”… Pero aún tengo fresco el recuerdo de unos titiriteros que dieron con sus huesos en ella durante cinco días justo después de representar una obra de marionetas, sin juicio, ni sentencia (firme o fláccida), ni nada… Y luego va el mismo juez que dicta esa prisión preventiva y archiva el caso por no encontrar indicios de aquel supuesto “enaltecimiento del terrorismo”. Hombre, pues parece que diferencias sí que hay, ¿no?
Y en cuanto a las penas, pues también. Ya hemos visto las condenas que afronta cada uno de los ilustres acusados, que han robado miles de millones… Veamos ahora condenas recientes de “gente normal”: “Condenado a un año de prisión por robar 1,30 euros de un supermercado” (La Opinión A Coruña, 28 de febrero), “Condenado a cuatro meses por robar un solomillo valorado en 68 euros” (El Mundo, 21 de febrero), “Acepta un año de prisión por robar una colonia” (La Región, 14 de febrero), “Condenado a medio año de prisión por robar cable de cobre en un túnel del AVE”, (La Región, 25 de febrero). Como se puede observar, al menos en lo económico, no existe proporción entre un grupo de delitos y otro. Pudiera parecer que resulta mucho más rentable robar miles de millones que calderilla, pero no creo que sea ésa la clave. No es lo que robas, sino quién eres.