El virus del miedo



ROBERTO BLANCO TOMÁS. Febrero 2020.

Cuando creíamos que lo digital había derrotado definitivamente a lo analógico, con la heroica excepción de los discos de vinilo (pues claro, porque siempre sonaron mejor que cualquier otro formato, además de ser mucho más bonitos) y los periódicos en papel (éste es buena prueba de ello, je, je…), y ya los únicos virus que realmente nos preocupaban eran los informáticos, viene ahora uno “de los de toda la vida” y no se habla de otra cosa. Tenemos Tema del mes, como ven.

Este agente infeccioso lleva por nombre “coronavirus 2019-nCoV”, y puede provocar neumonía con síntomas como fiebre alta, tos seca, dolor de cabeza y dificultad para respirar. El periodo de incubación medio es de tres a siete días, con un máximo de 14, durante el cual por lo visto también se contagia. Su “salto a la fama”, aún de forma anónima, podemos situarlo el pasado 31 de diciembre, cuando las autoridades chinas anuncian 27 casos de neumonía de origen desconocido en Wuhan, ciudad con 11 millones de habitantes. Días después, el 7 de enero, la causa fue identificada con su nombre; y cuando escribo esto, 9 de febrero por la noche, van más de 37.000 afectados y 813 víctimas mortales.

Entiendo que puede sonar muy amenazador, pero fíjense en la escasa proporción entre muertes y afectados. Si además sabemos que en España más de 6.300 personas murieron la pasada temporada por complicaciones derivadas de la gripe, enfermedad que hemos normalizado ya como “compañera ocasional” de nuestras vidas, seguramente podremos relativizar un poco más lo que está ocurriendo. Y para que la relativización sea completa, añadiré que la población china asciende a unos 1.386 millones de habitantes, mientras que la española es de 46,66 millones; comparen proporciones.

Es el problema de estas noticias: al entrar en la agenda del saturado universo mediático (y es lógico que entren), los medios hacen su trabajo, intentan dar la mayor cantidad de información posible y al minuto, y además compiten entre sí persiguiendo hacerlo mejor y con más detalle que el de al lado. Y claro, todo ello, sumado a la imagen que han creado en nuestro inconsciente tantas películas y series postapocalípticas (tan maravillosas algunas, otras bastante cutres) sobre “cómo empezó todo”, tiene como resultado que nos tiemblen las piernas y corramos al váter. Ya lo decía el otro día en El País Antoni Trilla, experto en Epidemiología del Hospital Clínic de Barcelona: “No hay nada más contagioso que el miedo”.

Esto, como digo, es normal hasta cierto punto, y por supuesto hay que controlarlo. Lo que ya no es normal es que determinados intereses económicos echen leña al fuego porque les venga de perlas para neutralizar la competencia china. Ni que corran bulos y más bulos, como el de los vídeos de la sopa de murciélago. Ni mucho menos que se multipliquen las actitudes racistas y xenófobas respecto a la población de origen chino, como si ello fuera sinónimo de “enfermo”. Ante dichas actitudes, muchos ciudadanos chinos o de tal origen han respondido con el lema “No soy un virus” en pancartas y en redes, y desde aquí quiero brindarles todo mi apoyo y solidaridad.

Porque además, en mi humilde opinión y por lo visto en los medios, el resto de la humanidad ha tenido mucha suerte de que la epidemia se haya iniciado en China, pues me cuesta imaginar que en otros lugares (no daré nombres para que no se me enfade nadie) hubieran reaccionado con tanta rapidez, empleando tantos medios (económicos, materiales, humanos...), desplegando tanta eficacia y coordinación, y con una colaboración de todos (población incluida) tan masiva y ejemplar, lo que sin duda ha redundado en menor mortalidad y propagación, y dice mucho de los elevados niveles de organización, tenacidad y civismo del pueblo chino. Enhorabuena.

 

 

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