‘Contaminación’ del idioma



ROBERTO BLANCO TOMÁS. Junio 2017.

Los buenos trabajadores cuidan sus herramientas de trabajo. Esto es así no por fetichismo o por manía, sino porque saben que su funcionamiento óptimo y preciso y su durabilidad pasan por un correcto uso y mantenimiento. Pues bien, yo soy periodista, y mi herramienta es el lenguaje, así que creo que nadie se sorprenderá si en este artículo defiendo el castellano y critico su maltrato, cada vez más común, por la vía de la contaminación con palabras y expresiones de otros idiomas existiendo equivalentes en nuestro vocabulario y a través de caminos que no son los habituales en caso de préstamo lingüístico.

Antes de nada, quiero dejar claro que no soy ningún “talibán del idioma”. Considero a éste como algo vivo, en evolución constante, y creo que así debe ser, pues una lengua tiene que evolucionar y adaptarse a los tiempos y a las nuevas realidades que surgen para cumplir su cometido: comunicarnos. Tampoco me van los patrioterismos, ni siquiera los culturales, y no creo que ningún idioma sea mejor que otro: todos me parecen bellos, y todas las culturas interesantes. Y no estoy en contra de los préstamos entre idiomas para designar nuevos fenómenos, inventos, modas… pues es algo normal, más en un mundo cada vez más interconectado. Aparte, es algo que funciona en ambas direcciones (por ejemplo, recibimos el “fútbol”, pero aportamos la “guerrilla”) y supone un enriquecimiento mutuo.

Tampoco estoy tratando de hacer un alegato elitista para dármelas de “persona culta” a costa de una supuesta ignorancia o incultura ajena (“todos son tontos menos yo, que soy el listo del lugar”). De hecho, es más bien lo contrario: estoy convencido de que la evolución más rica y colorida de una lengua se da en ambientes bastante alejados de las presuntas “élites culturales”, que muchas veces son bastante conservadoras a este respecto. Lo que estoy denunciando es un proceso inverso: la utilización de determinados términos de otros idiomas, sobre todo del inglés, en ciertos entornos, digamos, “elitistas” (mundo empresarial, economistas, publicistas), y su inoculación a través de los medios de comunicación al lenguaje común, todo ello cuando no hay ninguna necesidad (por existir ya términos equivalentes) y de forma totalmente artificial. Y en la mayoría de los casos, simplemente por pensar que en inglés suena más “profesional”, “culto”, “moderno”, etc. Vamos, por puro desconocimiento del propio idioma y complejo de inferioridad.

¿Quieren  ejemplos? Pues, sin ir más lejos, cuando se dice “staff” por “plantilla”, “CEO” (siglas de “Chief Executive Officer”) por “director ejecutivo”, “pagos en cash” por “pagos en efectivo”, “spot” por “anuncio publicitario”, “deadline” por “fecha tope”, “fair play” por “juego limpio”, y un larguísimo etcétera de expresiones que no necesitamos. Lo último: la moda de los “runners” y de practicar “running”. Cuando ya estábamos acostumbrados a aquello del “footing” o del “jogging”, parece que no era bastante, y ahora no se puede ser “in” si no se es “runner”. Será que si uno practica “atletismo de fondo”, o simplemente “va a correr”, no se mantendrá suficientemente “fit”… Vivir para ver…

Quiero creer que buena parte de los motivos por los que cosas así se oyen tanto tienen que ver con ignorancia y desconocimiento, y que si las personas que utilizan esas expresiones por sistema se dieran cuenta de lo paleto que suena hablar de ese modo y de la imagen de complejo de inferioridad cultural que transmite, seguramente no lo harían. Y ojo, que estamos hablando de algo tan común que nadie está a salvo de caer en ello, yo el primero. Mi consejo: si hablan castellano, hablen castellano; si hablan inglés, hablen inglés; y si están comiendo, mastiquen y traguen primero, y ya hablarán después.

 

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