¿Hasta dónde se puede llegar por el afán del poder?



ANA DE GÓNGORA. Octubre 2018.

Suele decirse que el poder corrompe, pero en mi opinión esto es una falacia, como cuando se dice que todo el mundo tiene un precio. Quizá quienes hablan así es porque en el fondo dudan de sí mismos de hallarse en situaciones semejantes.

Sobre el poder, creo que tiene mucho que ver la forma de llegar a él. No es lo mismo acceder a él porque quienes tienen capacidad de otorgárselo reconocen su valía y capacidad para ejercerlo y depositan en esa persona su confianza, es el caso de las elecciones democráticas. Si la persona elegida realmente se corresponde con las expectativas creadas, sobre todo, sentirá que el poder es una gran responsabilidad por el compromiso adquirido con quienes han depositado su confianza en ella y con las tareas a realizar en sus funciones. Lo considera más como un servicio que como un honor: el honor se lo reconocerán los demás por los objetivos cumplidos.

Quien logra el poder por medios menos limpios, manipulaciones, nepotismo, o por la fuerza o violencia, ante todo temerá que otros traten de hacerle lo mismo y desconfiará hasta de quienes le ayudaron a llegar a esa posición. Lo más importante para esa persona es mantener ese poder al precio que sea: posiblemente creará una red clientelar en su entorno de personas que, por necesidad, por temor o por deuda contraída con ella, estén sometidas a sus designios. Las personas que llegan al poder así se llegan a creer que están ahí porque se lo merecen, se lo han ganado y ya está. Son los que van de salvapatrias aun a costa de la patria misma. Son megalómanos que necesitarían ayuda psicológica cuando menos, pues acaban creyendo o queriendo hacer creer a los demás que están ahí “por la gracia de Dios”. Me pregunto: ¿qué dios querría hacer una gracia así?

Lo peor es que estos elementos, los “iluminados”, crean escuela y tienen sus delfines que beben los vientos por sucederles.  

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