ANA DE GÓNGORA.
Periódicamente Forbes publica una lista de los más ricos del mundo. En España, dicen que veinte personas son las más ricas y que, por tanto, un 1% de la población acumula más dinero mientras que un 80% vive en el umbral de la pobreza o directamente está en ella. Y ya no estamos hablando de marginados sociales que se hayan autoexcluido por malos hábitos o conductas asociales: en muchos casos, se encuentran así personas que están trabajando.
En todas estas cuestiones se está hablando de dinero, no de auténtica riqueza, porque no es más rico quien más dinero tiene, sino quien menos necesita, y además es más libre, pues no tiene las preocupaciones que genera el acumular dinero, propiedades, etc. Aunque hay que ser realista: en el mundo y la sociedad en que vivimos, es necesaria una cantidad base de ingresos para vivir. Siempre he pensado que lo ideal es poder ir a comprar y no tener que mirar las etiquetas para elegir el producto de precio más bajo.
Con todo esto no quiero decir que esté en contra de que haya ricos ni que crea que la redistribución de la riqueza fuera a ser la solución. Esto, además de ser una utopía irrealizable, sería injusto, y a la larga no habría resuelto nada. Hay que considerar que el dinero es energía y que, por tanto, debe fluir. Así, hay que diferenciar entre quienes habiéndose enriquecido gestionan su dinero de forma productiva y honesta y quienes únicamente quieren acumularlo en cuentas en paraísos fiscales, en adquirir propiedades que, en muchos casos, ni siquiera disfrutan. No hace mucho leí que, creo recordar que en Hong Kong, hay una especie de búnker de máxima seguridad donde guardan obras de arte de diversos propietarios que las adquieren como inversión. Mi asombro fue mayúsculo. Para eso más les valdría coleccionar chapas o cromos: les daría menos preocupaciones y se ahorrarían un dineral que podrían destinar a fines mejores. Esto es dinero —energía— estancado, que no beneficia a nadie, ni siquiera a quien lo tiene.
Tampoco es solución repartir comida o ropa: esto es aplicable puntualmente a situaciones de emergencia, pero no a largo plazo. Tampoco ha de fiarse todo a la actuación de las ONGs, que hacen lo que pueden con lo que reciben de la buena gente que aporta lo que puede cuando puede. E incluso éstas han de ir con pies de plomo cuando algún avispado empresario se ofrece a colaborar con ellas. Se han dado casos, en poblaciones subdesarrolladas, en los que un empresario ha aportado maquinaria, formación... y se ha descubierto que además de todas las ventajas fiscales, aduaneras y demás, se estaba aprovechando de la mano de obra barata. Esto ocurrió en una población de Sudamérica. No sé cuantos casos más habrá.
En fin, yo no tengo la clave para resolver la situación de esta crisis mundial que padece la sociedad y que creo es tan grave como la del cambio climático, pero sí creo que la base para conseguirlo está en recuperar los valores éticos, morales, sociales, e incluso un cierto egoísmo (“sano”, diría, si tenemos en cuenta que esto repercutirá en todos y todas), y mucha voluntad de colaborar como podamos, si queremos salir adelante y que nuestros hijos y nietos puedan vivir una vida más justa.