HUMOR



P. GARCÍA. Marzo 2018.

Anciano decrépito

— María —dijo mamá—, vaya al comedor, quítele el polvo al anciano decrépito y póngalo mirando por la ventana para que se distraiga.

— Sí, señora —contestó María, la criada. Y luego la oímos murmurar por lo bajo—: ¡Peste de ancianos decrépitos!…

Estábamos en la salita de recibir. Juanito Michavila y yo, en el suelo, jugando con los soldaditos de plomo, y mamá y sus amigas, tomando chocolate con picatostes y cotorreando, como era su costumbre.

— María, nuestra criada —dijo mamá—, siempre anda quejándose del anciano decrépito.

— ¡Huy, su María! —dijo doña Encarnación, a la que la faja tan apretada la congestionaba—. Y Petra, la mía; y Elvira, la de Angustias; y Eufrasia, la de doña Pura. Y todas. No paran de quejarse de la faena que les dan los ancianos decrépitos.

— Es que los ancianos decrépitos y el servicio doméstico se llevan fatal —terció doña Angustias, que según mamá estaba quedándose calva y usaba postizo—. En casa la chacha ya nos ha roto dos ancianos decrépitos en lo que va de mes.

— Antes —retomó la palabra mamá—, el servicio te hacía polvo la vajilla. Ahora, en cambio, le ha dado por cargarse a los ancianos decrépitos.

— Mi Manolo —metió baza doña Pura, que siempre me restregaba por la cara con su lunar con pelos cada vez que me daba un beso— dice que con tanto romper ancianos decrépitos las criadas no gana uno para ancianos decrépitos.

— Pero claro —cortó doña Angustias a mamá, cuando al parecer se disponía a hablar de nuestro anciano decrépito—, no se puede prescindir de ellos. Una casa sin su piano y su anciano decrépito, ni es casa ni es nada.

— Además, el anciano decrépito da mucho ambiente al hogar —opinó mamá—, y demuestra nuestro buen corazón, ocupándonos de los ancianos decrépitos.

Del comedor nos llegó el ruido de un batacazo y unos ayes doloridos.

— No se preocupe, señora —gritó María, la criada—. Se me ha caído el anciano decrépito al levantarlo para quitarle las telarañas, pero ni siquiera se me ha desportillado.

— ¿Qué les decía yo? —sonrió mamá, metiendo un picatoste en el tazón de chocolate—. Las criadas, a la más mínima, ya están fastidiando al anciano decrépito.

Y las cuatro señoras siguieron con su parloteo sobre el tema que les era inagotable…

¡Cómo recuerdo aquellas meriendas de mamá y sus amigas, ahora que, con el paso de los años, me he convertido en anciano decrépito!



 

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