Democracia
Redacción, 25 de febrero de 2020
EDITORIAL. Febrero 2020.
Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Forma de Estado que reconoce en el pueblo la única fuente del poder, y asegura la elección de sus órganos administrativos nacionales, regionales o locales por votación popular, estableciendo control público de la gestión estatal.
La representatividad, independencia entre poderes y respeto a las minorías constituyen los pilares de la d. Al fallar alguno o todos éstos, nos encontramos fuera de la d. real para caer en manos de la d. formal. En realidad, tal ejercicio comienza en la base social y es a partir de allí desde donde debe emanar el poder del pueblo. Desde los municipios y los distritos, el principio de la d. real, plebiscitaria y directa debe generar una nueva práctica política. La d. directa supone la participación personal de los ciudadanos en la toma de todas las decisiones sobre la vida de la colectividad.
La d. indirecta se realiza a través de los representantes electos por los ciudadanos, en quienes éstos delegan sus poderes por un período determinado. Como forma de organización del Estado la d. se desarrolla históricamente, sus contenidos se perfeccionan, se ramifican; su estructura se hace más profunda y compleja, adquiriendo los ciudadanos derechos cada vez más igualitarios.
En el Estado democrático moderno, es obligatoria la división de los poderes (legislativo, ejecutivo, judicial, de control, etc.); el sufragio es universal, por voto secreto y directo, ejerciéndose control público sobre el escrutinio. Funciona el sistema pluripartidista. Existe libertad de expresión. El estado es laico y separado de las Iglesias.
La base de la d. radica en la existencia de una sociedad civil fuerte y bien ramificada que limita al Estado y controla su funcionamiento. Con todo esto, la d. moderna tiene un carácter formal porque la d. no funciona en la producción. La riqueza social está concentrada en pocas manos que ejercen una fuerte influencia en los asuntos vitales tanto nacionales como internacionales y no existe sistema de contrapeso o fiscalización real de su poder económico e informativo. A eso se debe la crisis de la d. moderna que se manifiesta en la indiferencia política creciente por parte de las poblaciones, en el ausentismo electoral, en el aumento del terrorismo y de la criminalidad, en la burocratización cada vez más evidente del Estado. Todas éstas son manifestaciones de la enajenación que socava las bases mismas de la d. Si tomamos en cuenta que la mayoría absoluta de la población mundial no goza siquiera de estos bienes un tanto formales de la d. moderna, el cuadro resulta aún más triste. Sin embargo, en las últimas décadas los marcos de la d. se han ampliado considerablemente a escala mundial, con la liquidación del colonialismo y la condena mundial del racismo y del fascismo.
El destino de la d. depende de la formación de la personalidad del ciudadano en el espíritu democrático, de su desarrollo integral y armónico y de la creación de condiciones propicias para la realización de sus capacidades creadoras y su perfeccionamiento, de la elevación de su cultura general y cívica. Es necesario fortalecer y extender los brotes de la cultura democrática en la esfera de la producción y utilizar los logros democráticos en la vida política de todos los niveles.