¿De qué cambio hablamos?

Los cambios que se están gestando no llegarán más allá de lo testimonial dentro de un orden estancado, no llegarán más allá del tumulto organizado, si no avanzan en la dirección a un sistema de relaciones sociales cuyo valor central sea el ser humano, y no cualquier otro como pudiera ser la “productividad”, “el Estado”, etc.

Pero poner al ser humano como valor central implica una idea totalmente diferente de lo que hoy se entiende, precisamente, por “ser-humano”. Los esquemas de comprensión actuales están todavía muy alejados de la idea y de la sensibilidad necesarias para aprehender la realidad de lo humano. Sin embargo, y es necesario aclararlo, también está en desarrollo una cierta recuperación de la inteligencia crítica fuera de los moldes aceptados por la ingeniosidad superficial de la época.

No se detendrá la marea de cambios que está en marcha como expresión de la desesperación de las mayorías oprimidas. Pero aún esto no será suficiente, ya que la dirección adecuada de ese proceso no ocurrirá por la sola mecánica de la “práctica social”. Salir del campo de la necesidad al campo de la libertad es el imperativo de ésta época en la que el ser humano ha quedado clausurado. Los futuros cambios, si es que irán más allá de los cuartelazos, los golpes palaciegos, las reivindicaciones de clase, o de etnia, o de religión, tendrán que asumir un carácter transformador incluyente sobre la base de la esencialidad humana, de su equilibrio y desarrollo. De ahí que más allá de los cambios que se produzcan en las situaciones concretas de los países, su carácter será universalista y su objetivo mundializador.

Por consiguiente, cuando hablamos de “cambio mundial” comprendemos que cualquier cambio a favor del ser humano, aunque sea realizado en una situación restringida, llevará el carácter y el objetivo que lo arrojará más allá de sí mismo. Y ese cambio, por insignificante que sea el lugar en que se produzca, comprometerá la esencialidad de todos los seres humanos.