Consumismo

(De consumir, y éste del lat. consumere: gastar, destruir). Gasto de aquellas cosas que se destruyen con el uso. A menudo se habla de “sociedad de consumo” señalando el hecho que se da en las sociedades industriales avanzadas, en las que las necesidades primarias son satisfechas en la mayor parte de la población y en donde una intensa publicidad propone nuevos bienes de consumo que incitan a un gasto continuo. Se trata de un rasgo muy marcado que muestra la incapacidad de la sociedad para movilizarse por intangibles y valores que hacen a la construcción de bienes de desarrollo de la personalidad y la cultura. El consumismo lleva a la sociedad a un atolladero sin salida, a la catástrofe demográfica y ecológica. En la génesis de esta orientación están las tradiciones del hedonismo y el eudemonismo (del gr. eudaimon: búsqueda de gozo, riqueza, cosas). El consumismo, enemigo de toda espiritualidad, pone en primer lugar no al ser humano sino al dinero, las cosas, el lujo, la satisfacción de los caprichos, la moda, etcétera.

La élite dominante hace propaganda por todos los medios e implanta el culto del consumismo, enredando a la gente con los hilos del mercado, del crédito, de los juegos de bolsa, bajando el nivel de sus intereses y necesidades hasta cosificarlas. Desde luego, cada persona quiere vivir en abundancia y tener todas las cosas y productos necesarios, pero sus intereses son inconmensurablemente más amplios y altos que el simple consumismo, que la esclavitud respecto de las cosas.

Lamentablemente, el consumismo conquistó y sigue conquistando la voluntad de enormes masas de gente. Oponerse a esta tendencia peligrosa es difícil, pero necesario. El ser humano no es consumidor, sino creador.


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