EDITORIAL.
Es en la base social, en los lugares de trabajo y residencia de los ciudadanos, donde el cambio debe convertir la simple protesta en fuerza consciente orientada a la transformación de las estructuras económicas.
En cuanto a los miembros luchadores de los sindicatos y los de partidos políticos progresistas, su lucha se hará coherente en la medida en que tiendan a transformar las cúpulas de las organizaciones en las que están inscriptos dándole a sus colectividades una orientación que ponga en primer lugar, y por encima de reivindicaciones inmediatistas, superar todas las formas de violencia física, económica, racial, religiosa, sexual e ideológica, merced a las cuales se ha taponado el progreso humano.
Vastas capas de estudiantes y docentes, normalmente sensibles a la injusticia, irán haciendo consciente su voluntad de cambio en la medida en que la crisis general del sistema los afecte. Y, por cierto, la gente de prensa en contacto con la tragedia cotidiana está hoy en condiciones de actuar en esa dirección, al igual que sectores de la intelectualidad cuya producción está en contradicción con las pautas que promueve este sistema inhumano.
Son numerosas las posturas que, teniendo por base el hecho del sufrimiento humano, invitan a la acción desinteresada a favor de los desposeídos o los discriminados. Asociaciones, grupos voluntarios y sectores importantes de la población se movilizan, en ocasiones, haciendo su aporte positivo. Sin duda que una de sus contribuciones consiste en generar denuncias sobre esos problemas. Sin embargo, tales grupos no plantean su acción en términos de transformación de las estructuras que dan lugar a esos males. Estas posturas tratan de resolver los problemas puntuales, pero no cambian decididamente aquello que lo causa. En ellas se encuentran ya protestas y acciones puntuales susceptibles de ser profundizadas y extendidas.