En los límites de Madrid
MIGUEL ROMERO MEMBRIVES, 10 de diciembre de 2021
Como conocemos, el Distrito Salamanca se compone de los siguientes barrios: Recoletos, Goya, Fuente del Berro, Guindalera, Lista y Castellana. Sin embargo, tuvo antes otra denominación, “Distrito de Buenavista”, que además contaba con un barrio más, el de Monasterio.
Recibía dicho nombre por un arquitecto de finales del XIX, Mariano Monasterio y Arenal. Era un barrio singular, situado al lado de la Fuente Castellana y formado por hotelitos, contando con una capilla adscrita a la Virgen del Pilar. Es probable que con el tiempo solo se conociera como “barrio de Monasterio” lo que quedaba junto a la estatua del marqués del Duero, ese conjunto de hotelitos mencionados por el cronista Pedro de Répide. Hasta que en 1952 se abrió la calle de María de Molina a la Castellana…
En una publicación de principios del siglo XX (30/07/1904) se afirma de María de Molina: “es aún poco conocida; pero bien se puede asegurar que será una de las mejores de aquella parte de Madrid”. Si pasean por ella desde la Castellana tendrán la opción de disfrutar aún de edificios singulares como el palacete de los condes de Almaraz de Joaquín Otamendi y Antonio Palacios (nº 9), Villa Thiebaut de Galíndez Zabala (nº 17) y el palacio del marqués de la Concordia (María de Molina esquina con Lagasca 148) o el Parque Florido de Kramer – Borrás, actual Museo Lázaro Galdiano (que, aunque se entra por Serrano, podemos verlo desde María de Molina).
Asilo. Plano Federico Noriega y López, 1905.
Pero nos falta en este recorrido un edificio singular y de los más antiguos. Estaba justo al final, a la derecha: todavía no se había prolongado María de Molina hasta Príncipe de Vergara. Nacía cerca del Asilo de las Mercedes.
Del Asilo o Colegio de las Mercedes y su recuerdo apenas nos quedan algunas fotografías: del francés Jean Laurent, de Santos Yubero, de Kindel (así se autodenominaba Joaquín del Palacio) y las que hizo su arquitecto, Carlos Velasco.
El Asilo de las Mercedes, en foto de Laurent.
El Asilo de las Mercedes se inauguró en 1887, y estaba situado en la manzana que comprende Núñez de Balboa, General Oraá, Castelló y María de Molina. Pertenecía a lo que se llamó “medievalismo en ladrillo”, o “neomudéjar”. Se ha llegado a afirmar que lo que fue el modernismo a Barcelona lo fue el neomudejarismo a Madrid como seña de identidad.
Edificios de este estilo los encontramos precisamente en lo que era nuestro Ensanche, por ejemplo las Escuelas Aguirre (Rodríguez Ayuso, 1886) de la calle Alcalá, la plaza de toros de Las Ventas (Espelius, 1929) o la Casa de las Bolas (Marín, 1895) de calle de Alcalá y la de Madrid Moderno en Guindalera. Existen muchos más, les animo a descubrirlos y disfrutarlos. Muchos siguen en pie, pero otros muchos desaparecieron desgraciadamente para dar paso a edificios funcionales.
Fue uno de los primeros edificios de su estilo, y nació con objeto de solemnizar la boda de Alfonso XII con la infanta Mercedes de Orleans, acordando la Diputación Provincial de Madrid el 21 de diciembre de 1877 crear un colegio bajo la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes para los desamparados.
Según la Memoria de Beneficencia de 1943, el proyecto se realizó con rapidez; sin embargo, Mercedes de Orleans murió el 26 de junio de 1878 y no pudo ver cómo se terminaba en 1886. Se inició la construcción en abril de 1880 en una parcela que disponía de 13.226 m2, según proyecto de Carlos Velasco, a quien debemos la prolongación de la calle Preciados, la iglesia de San Fermín de los Navarros (1886, junto con Eugenio Jiménez, en calle Paseo del Cisne, hoy Eduardo Dato 10) y el Teatro Lara (1879, en la Corredera Baja de San Pablo 15).
Sin embargo, en vez de ser el Colegio de los Desamparados, pasó a ser el lugar de acogida de las niñas del Hospicio del Ave María y Santo Rey don Fernando (calle Fuencarral, 78). El reglamento afirmaba que era un lugar para recoger, sustentar, vestir, educar e instruir a niñas de la provincia o que se hallen domiciliadas en ella más de cinco años y que sean menores de 13. Por ejemplo, en 1910 en el diario Fígaro se indica que 672 niñas eran de Madrid, 188 de fuera y 15 extranjeras. El promedio anual era de 1.030 asiladas.
Durante la Guerra Civil pasa a denominarse Escuela – Hogar Manuel Bartolomé Cossío, trasladando a las niñas a varias instituciones en Valencia y pasando a ser un hospital de guerra o “de sangre”, como se decía en la época.
La calle María de Molina, a mediados de los años 50.
En 1943 pasa a denominarse “colegio” y se dispone un reglamento nuevo, siendo el deseo de la institución proporcionar hogar, instrucción y educación a las niñas desamparadas y huérfanas admitidas. Se clasificaban en tres grupos: párvulas, preparatorio y cultura general. La instrucción se realizaba por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl; la formación profesional que recibían a los 15 era de tricotado, bordado, corte y confección, alfombras, telas, telares, muñequería y peluquería. La instrucción física corría a cargo de la Sección Femenina de Falange Tradicionalista.
El personal del centro constaba de un director o jefe de establecimiento, interventor, jefe de negociado de registros y entradas, personal médico… Entre otros directores desearía destacar al valenciano Enrique Pérez Escrich, quien en los últimos años de vida, estando incluso enfermo, obtuvo el cargo y lo detentó hasta su muerte.
Disponía de dos residencias veraniegas para fortalecer la salud de las niñas más delicadas: en Villa Castora y Villa Mauricio (Cercedilla, Madrid).
En junio de 1967 se vendieron estos terrenos por 376 millones de pesetas, siendo desalojado en agosto. Y poco después fue el inmenso edificio Eurocis el que pasó a ocupar su espacio.
Recuerdo haber jugado de pequeño al lado de una cascada que pusieron en el lado de María de Molina. Muchas veces me pregunté qué hubo allí antes que aquel monstruo de cemento. Hoy paseaba al atardecer por esa misma acera, y contemplo mi reflejo frente al Daily Mirror, un espejo continuo de 22 metros de largo que instalaron allí en 2019.
Quizás no se extrañen los sitios, sino los tiempos, como diría Proust.